lunes, 4 de febrero de 2013

Confesión

Hoy estoy un poco mustia y por ese motivo he estado rememorando parte de mi pasado. Pero creo que me he ido muy lejos...mucho.
Era el verano de 1953 (a la vuelta de la esquina), veraneaba en El Espinar (Segovia), iba con un grupo de  veinte chicas y nos acompañaban dos monjas.
Un día nos dice la hermana Consuelo que después de la siesta vamos a San Rafael a merendar con un grupo que había llegado de la parroquia a la que nosotras pertenecíamos. Nos pusimos muy contentas, pues se salía de lo normal salir del convento de las monjas Jesuítinas donde estábamos alojadas.
Cuando llegamos a San Rafael vimos qué estaban todos los curas de la parroquia y gente seglar, pues habían fletado un autocar para pasar el día en la Sierra.
Los mayores estaban todos charlando y de vez en cuando reían a carcajadas. Las chicas nos separamos del grupo, pues exceptuando a las monjas y algún cura, conocíamos a poca gente.
Habían colocado entre dos hermosos pinos una hamaca en la cual estaba unos de los sacerdotes tumbado. Se llamaba Don Fernando y pesaba lo menos 120 kilos.
Cada uno estaba a lo suyo, nosotras solo nos fijábamos en Don Fernando que además de estar gordo era un hombre muy alto...altísimo.
Nosotras, chicas de 15 y 17 años nos reíamos por nada y no le quitábamos el ojo de encima pues una de las chicas dijo:-Don Fernando se cae. Todas esperábamos por ver si acertaba.
Parece, que el cura estaba cansado y empezó a dormirse...se durmió
Mientras tanto los demás excursionistas charlaban y reían de lo que contaran, seguro que todo muy inocente. Mientras Don Fernando dormía a pierna suelta.
Nosotras, (traviesas) no quitábamos los ojos del pobre hombre y cuando menos se esperaba, ¡¡¡Zas!!! Don Fernando al suelo. La hamaca se rompió con tan mala fortuna que debajo de ella había una enorme piña que se le clavó en la parte baja de los riñones.
Nosotras, (seguíamos siendo malas) y lo primero que hicimos fue reírnos a carcajadas. Las monjitas asustadísimas fueron a auxiliar al caído y varias personas que estaban allí también.
Llamaron al médico del pueblo y a nosotras nos mandaron otra vez a El Espinar, la fiesta había terminado.
Cuando llegamos, la monja que iba a nuestro cargo dijo que antes de cenar nos teníamos que confesar `por habernos reído de la caída de don Fernando. Todas nos fuimos a la capilla haciendo cola ante el confesionario. Cuando terminó mi compañera, vi que no iba asustada...y llegó mi turno:
Cuando me hinqué de rodillas y dije "Ave María Purísima", me contestó. "Sin pecado concebida", era el capellán del convento un cura muy joven. Que era uno de los que estuvo en la excursión. Me pregunto ¿Que pecado tan grave has cometido? -Me he reído cuando se ha caído don Fernando. Él me contestó:-¿Que crees que he hecho yo?  También, yo he sido el que le ha puesto la piña debajo de la hamaca. Me quedé sin habla. Volvió a decirme:-Los dos hemos cometido el  mismo pecado, yo te perdono y tú me perdonas.
Los dos decidimos rezar por la recuperación de don Fernando.
Cuando se terminaron nuestros días de vacaciones el capellán y todas las monjas, nos despidieron con alegría. Nosotras las veinte...llevábamos un secreto de confesión
Jamás he contado esto a nadie, lo hago ahora para sacarle una sonrisa a un amigo que quiere poner a trabajar a todos los curas.

12 comentarios:

  1. Ay Mari...! tienes tanta vida vivida...te ves muy joven para todo lo que cuentas, en realidad creo que le has sacado el jugo a cada día, ese jugo a veces dulce ,otras mas ácido, en fin eres una persona muy rica...
    Abrazote amiga!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Karina por tus elogios. Piensa que ya soy abuela y las buelas sabemos algo.
      Un beso muy fuerte

      Eliminar
  2. JAJAJAJA ¡Qué inocentes éramos entonces! ¡Les podían decir lo mismo a las muchachitas de 15 años de hoy...! Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Creo que con lo listas que son ahora las chicas, quizá se han perdido muchas cosas bonitas que nosotras disfrutamos. Si,éramos muy inocentes pero eso nos hace hoy recordar las cosas hermosas vividas.
      Un beso

      Eliminar
  3. Que fuerrrrrrrrrrrrrte jajajajjaa!!!!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola preciosa, seguro que tú también te habrías reído un montón ¿Cierto?.

      Un beso Amylois

      Eliminar
  4. Pues te digo que es de lo más normal el reírse al ver caerse a alguien aunque después le ayudes a levantarse y si se ha hecho daño hasta le cures...........es algo que al menos yo no puedo evitar pero tambien te digo que me río de igual forma cuando yo me caigo, que suele ser con frecuencia,aunque me haga daño. La situación que has contado no puede ser más cómica.Besotes

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Además de cómica era de lo más inocente, comparándola con la vida de ahora. En aquellos días nos reíamos por cosas tan tontas como ver a alguien caerse de una hamaca.

      Un beso Charo

      Eliminar
  5. Un sacerdote travieso pero honesto, muy bien, y tuviste la suerte de conocerlo, hermoso recuerdo, Ma.de los Angeles, un abrazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Además de honesto, era muy joven en aquella época, solo unos pocos años más que nosotras. Creo que también tenía derecho a reírse un poco.
      Un abrazo María Cristina

      Eliminar
  6. María Ángeles, como me he reído con la caida de Don Fernando y con tu confesíón... y para remate, el confesor fue el que puso la piña, parece increíble, como en los recuerdos de las caidas que he visto, lo primero que ocurre es la risa...

    Lindo recuerdo de tu tarde en El Espinar, y ya tranquila que el señor cura te perdonó por reirte de la caídda del otro.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Ángeles, me alegra haberte hecho reír, aunque haya sido por la caída de alguien que estaba tan placidamente durmiendo la siesta.
      Creo que fue una travesura de lo más inocente. Nuestros jóvenes no se divierten ahora como nosotros, ¿Verdad?

      Un fuerte abrazo

      Eliminar